Cuento policial: Descuidos accidentales

 

Clementi había viajado a Neuquén, pero ahora volvía a Buenos Aires porque comenzaba otro nuevo año de estudio. Antes de partir rumbo hacia al aeropuerto, decidió mirarse por última vez en aquel espejo roto que tenía en su habitación (que él consideraba que no estaba roto, sino con pequeños rasguños) y además agradeció no tener que ver ni escuchar más ese ruidoso reloj de pie que su padre amaba.

Una vez llegado al aeropuerto, se despidió formalmente de sus padres y subió al avión que partía hacia la gran ciudad. A mitad de viaje Clementi se despierta por unos molestos ruidos que lo incomodaron al dormir y desde ese momento hasta al final del viaje tuvo que quedarse despierto. A medida que pasaba el tiempo, aumentaban las ganas de ir al baño de Clementi, pero el baño estaba ocupado y no quería quedarse parado porque le daba miedo que eso le produzca mareos o dolores de panza. Pero finalmente decidió ir al baño y esperar parado de todas maneras. No pasaron ni diez segundos de cuando se levantó de su asiento que una azafata grito "¡cuidado!" y evitó que un bolso que se desprendía de las bauleras del avión golpe en él. “Deberías ser más atento joven, con lo poco cuidadoso que eres quien sabe que podría pasarte en la calle, se aprovecharían de ti” le dijo la azafata a Clementi que, aunque quiso agradecerle, la señorita ya se había ido rápidamente a ayudar a otro pasajero.

Clementi había llegado a Buenos Aires, pero lamentablemente para él, ningún auto o autobús podía llevarlo a su casa, ya que los autos tenían una gran demanda y él se había olvidado su tarjeta SUBE en lo de su abuela. Entonces decidió caminar hasta su departamento que se encontraba relativamente cerca de Aeroparque. Durante el camino, Clementi fue distraído pensando en el año que se venía y en el reencuentro con sus compañeros de la facultad hasta que en un momento un perro negro apareció, solo, sin compañía y empezó a ladrar como haría cualquier animal solo que un poco más fuerte de lo normal. Clementi quiso acercarse al perro, pero este corrió y escapó, y cuando alzó la mirada se sorprendió al ver una persona ya que no se había encontrado con nadie hasta entonces. Era un enano, con cara de pocos amigos, que se acercó a Clementi y este se dejó llevar por la situación y dejó que este enano lo acompañara en el trayecto a su casa.

Faltando menos de 5 cuadras el enano le recomendó a Clementi un atajo para así llegar más rápido al departamento a lo que Clementi accedió ya que se encontraban parados en la vereda a la espera de un extenso semáforo. Fue allí cuando el enano comenzó a sonreír y Clementi noto ese pequeño gesto de felicidad y le preguntó porque estaba contento a lo que el enano no respondió con palabras sino más bien con acciones. Sin que él pueda darse cuenta, el enano sacó un cuchillo herrumbrado y amenazó a Clementi para que le de todas sus pertenencias y fue en ese preciso instante cuando recordó la frase de la azafata.

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